El seductor olor de la madera

«Pero que quede claro que no soy un profesional, sólo un pipa fumador que fabrica sus pipas, como mucho un artesano y me parece excesivo». Al otro lado del teléfono, la voz de Alberto Páez Alcalá (Priego, 1982) suena firme sin renunciar a la musicalidad propia de Córdoba y Granada, su ecosistema vital y donde sus tonos suenan con la belleza que se encuentra en sus calles.

Pero, aunque no es un profesional, resulta interesante conversar con él porque buena parte de su historia es la historia de muchos pipa fumadores, un camino de búsqueda y de exploración, de hallazgos y descubrimientos. En su caso, desde su Priego natal, donde un adolescente de diecisiete años soñaba con fumar en pipa desde que descubrió a Tolkien y las cachimbas que su padre, Juan Antonio, habría comprado en su luna de miel, en Londres. Pero no saltemos capítulos en la historia que vamos a descubrir.

Alberto Páez Alcalá.
Foto de Nana Parra cedida por el autor

La infancia abonó el terreno para que Alberto Páez sintiese la atracción por la madera, cayese cautivado por el encanto del brezo. Su abuelo materno, Francisco Alcalá, era ebanista y eso sembró de recuerdos a Alberto, que se emociona al sentir el olor a la madera recién cortada y el trabajo manual. Su familia paterna también conocía lo que es el trabajo artesano, si bien en una rama tan diferente como es el hierro. «Eran herreros. Mi padre, Juan Antonio, también es un gran aficionado al bricolage. Yo siempre le digo que es un inventor que no sabe que lo es», comenta.

Nos encontramos ahora con un adolescente que, como tantos otros, descubre el universo literario de J. R. Tolkien y todos esos personajes que fuman hierbas en pipas. ¿Quién a los 17 ó 18 años no ha sentido la atracción por el humo? Muchos, sin dudarlo; y en Alberto Páez entre su devoción por Tolkien y las pipas que su padre ya no fumaba el camino sólo tenía un destino: la pipa. «Era el único pipafumador de Priego», comenta.

Un título, sin duda, más que meritorio pero que implica soledad y dificultad para localizar labores, un aprendizaje a base de errores y dudas que cuesta discernir. Pero el arduo camino no desanimó a Páez que, como un integrante de la comunidad del anillo, en su caso de la pipa, se mantuvo fiel a su destino. Sus estudios universitarios en Granada le permitieron comprar nuevas pipas que, con los barnizados de la época (estamos en los noventa del pasado siglo) no tardaron en presentar defectos. «Hablé con mi padre y, a partir de un motor de una lavadora, creó un aparato para lijar la pipa y la arreglé. En el taller de mi padre comencé a realizar pruebas con nuevas», recuerda. De esta manera se cerraba un primer círculo, que llevaba de su infancia al pipa fumador, que unía las tradiciones de su familia con el mundo de la pipa, que situaba al único fumador de pipa de Priego en un nuevo universo y que descubriría hasta la última posibilidad.

Pipa material de Alberto.
Fuente Artesanía Montaraz

De esta manera, comenzaba a bullir la pasión pipera en Alberto Páez que, aprovechando las posibilidades de Internet, comenzó a investigar sobre el mundo de la pipa. De esa manera cobró forma la idea de construir sus propias pipas, crear las cachimbas que usaría con la sabiduría artesanal que le transmitían sus ancestros. «Aprendí sobre el brezo mediterráneo y localicé un primer proveedor en Estados Unidos. Le hice un primer pedido. También quería fabricar en olivo, pero no era sencillo. Así que buscaba algún tocón por Priego, aunque tampoco era fácil», comenta al recordar esos momentos, allá por el año 2006.

El aprendizaje no fue sencillo. Aprovechaba sus vacaciones y fines de semana. Prueba y error. Horas con la máquina, horas viendo tutoriales, hora midiendo. No lo veo, pero cuando recuerda esa etapa no me extraña que sonría al revivir esos momentos; las torpezas que cometía y los aciertos, como cada nueva pipa parecía más hermosa en sus manos. «No he tenido ningún maestro», comenta.

Así que, de forma natural, surgió una pregunta: ¿Por qué no las vendes? Su familia y amigos veían la belleza de sus piezas, el fumaba habitualmente en sus pipas. Llegar a ese momento, resultaba natural. Poco a poco había conocido a algún otro pipa fumador que también usaba sus pipas. No le resultó fácil responder a la cuestión. ¿Por qué no las vendes? «Nunca me planteé ser un profesional, hoy en día veo esas piezas como pipas de principiante, con muchos defectos y sin un acabado profesional», asegura. Pero, en ese momento, los ánimos recibidos explicasen que lanzase un blog y una marca: Artesanías Montaraz. La marca sigue viva, el blog permanece en el sexto continente como un mercante encallado en la playa.

La respuesta de la comunidad pipera no se puede calificar de amable. Los foros se cebaron con el proyecto de Alberto que, además, no vendió nada. De una manera muy dolorosa comprobó que aún le quedaba mucho camino. «Aprendí a base de tirar madera y de palos». Así que congeló su bitácora y se retiró a sus cuarteles de invierno. La vida profesional, además, le exigía cada vez más tiempo. Pero deben saber que los lectores de Tolkien no tienen la costumbre de rendirse. Y Alberto no lo hizo.

Más aún cuando su pequeño caer iba creciendo y, poco a poco, se adiestraba en la construcción de pipas de manera totalmente artesanales, «perforando con el taladro de columna, todo a ojo, todo a mano», recuerda.

El ritmo de la vida provocó que Alberto apartase ese proyecto, pero no su pasión artesana. Así que, cuando se estabilizó laboralmente, organizó su casa y aprovechó para montar un pequeño taller para seguir investigando, trabajando la madera. Además, contaba con la complicidad de su pareja, Sandra Parra, que no dudó en sumarse al taller. «Odia el tabaco a muerte, pero me hizo dos pipas que cuido como el tesoro que son para mi», desvela.

Este tiempo no fue baldío. No cesó de aprender de artesanos que subiesen sus videos a la red. Contactó con Bruken, donde David Bruken le facilitó escalabornes y, sobre todo, consejos para mejorar su técnica. «Fue muy generoso conmigo, me ayudó con mis dudas. Tengo pendiente una visita a su fábrica», comenta. De esta manera, Alberto Páez regresó a la producción pero definiendo claramente su territorio: «Un profesional dedica su vida a fabricar pipas, para mí es una afición, un complemento a mi afición de pipa fumador. Hace tiempo que no compro una pipa, cuando quiero una la hago. Para mí, el taller es una vía de escape; me encanta el olor del serrín de la madera recién cortada, el trabajo con ella. David Bruken es un profesional, yo no; yo soy un aficionado a la pipa que hace sus pipas. Podemos decir que artesano sólo porque las fabrico», comenta. De hecho, no duda en afrontar cualquier trabajo en madera que le propongan y de su taller también ha salido otros objetos de madera, como una espada élfica. Aquí podéis sus trabajos.

Ello no impide que amigos y cómplices disfruten de algunas de sus piezas que ahora salen de Artesanías Montaraz con un acabado milimétrico. Ocasionalmente acepta encargos que le llegan por las redes sociales, incluso del extranjero. Por Madrid, Valencia y Granada, por supuesto, se pueden ver sus pipas.

«Antes lo hacía todo a ojo; ahora mido y soy preciso«. No cuenta con ninguna forma especial ya que, asegura, «cada pieza de madera me va diciendo; ves la mejor forma posible según las vetas». Aunque, asegura, su estilo de trabajar ha evolucionado con el tiempo. En la actualidad, elabora sus bocetos y calcula al milímetro las medidas antes de ponerse con sus herramientas.

Preparando su pipa.
Fuente: Artesanía Montaraz

Llega la hora de despedirse. La distancia telefónica no ha impedido que la conversación sea agradable. Al menos por mi parte es la sensación de conversar con un amigo al que hace tiempo que no veo. Le pregunto por sus labores preferidas. Se reconoce fumador de aromáticos, especialmente de la gama Seven Seas de Mac Baren. «Compro las gamas negras, blanca y doradas y las voy mezclando. En Granada no existen muchos estancos que estén bien surtidos de labores de pipa. El mejor se encuentra en El Zaidín, además el estanquero entiende y, de vez en cuando, me doy una alegría. Y todos los años compro las mezclas de Navidad, aunque luego reniege de ellas», comenta. Y, sobre las pipas, no duda: una Montaraz.

6 comentarios sobre “El seductor olor de la madera

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  1. ¡Pero qué historia más interesante! Narrada como si del mismísimo Tolkien se tratara. Por historias como esta es que jamás, JAMÁS traicionaré mi pipa.

    Gran artículo, Fernando ¡Grande!

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